Los síntomas clínicos de la diabetes son el preludio de lo que vendrá, una concatenación de sucesos que carecen de valor para nuestro psiquismo y que como padres intentamos de ubicar defensivamente “como una alteración fisiológica pasajera dentro del binomio salud-enfermedad” de la vida, pero que el médico de turno se encarga de enumerar, ordenar y clasificar a través de sus palabras, transformándolo en lo inesperado: la certeza diagnóstica.
A partir de ese momento, el nuevo huésped se presenta disruptivo, nos conmociona (llanto, ansiedad, insomnio, irascibilidad, etc.) nos provoca una herida narcisista en una contienda desigual, en la que todavía nos fantaseamos vencedores. Así, el mecanismo de negación (con pensamientos como “esto no puede estar sucediendo” “quizás sea pasajero” “puede ser un error”) tiende a persistir en el tiempo y demorar la elaboración psíquica necesaria; aún más si nuestro hij@ transita una remisión parcial o “luna de miel”. Surgen las soluciones mágicas, la remisión total de los síntomas con tratamientos alternativos por fuera de la ciencia, que nos mantienen ocupados y esperanzados mientras el día a día nos demuestra lo contrario. En muchos casos, nos comportamos erráticos, quizás contradictorios o enojados con el entorno o con la mala fortuna. Otros buscarán proyectar en la genética un veredicto que alivie la culpa de tanto pesar. Cada uno a su manera, con sus herramientas, como quiera, como pueda.
Quizás, así, el sentimiento de desamparo que el diagnóstico se encargó de evocar, se transforme en la energía superadora de todo el AMOR que, como progenitores, estamos en condiciones de demostrar.
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